Con esbozos oníricos, hechos casi con la memoria al cerrar los ojos, vemos la obra de Floria González y su intento por rescatar los sentimientos más viscerales del ser.
Sobre las calles tranquilas de Acuña, Coahuila, en los años ochenta, Floria González descubrió las primeras historias que moldearon su universo creativo. Entre juegos y noches llenas por el terror cinematográfico de Michael Myers o Freddy Krueger, comenzó a forjar una sensibilidad artística. Esta sensibilidad sería plasmada años después en las texturas expresivas que permite el óleo. “Me tocó una época bien bonita,” dice Floria, recordando su infancia, “podíamos ser libres por las calles hasta la noche. Al menos de este lado del mundo, era un oasis”. Incluso los miedos eran diferentes, explica la artista, “el género del terror siempre refleja los miedos de la sociedad. En ese momento, para nosotros, los conflictos sucedían en un mundo ajeno que no estaba sucediendo realmente más que en nuestra imaginación”.
Ahora, décadas después, platiqué con Floria por Zoom, unos días antes de la inauguración de su exposición Chimera que toma lugar en Nueva York en la Galería Trotter&Sholer. La muestra une las pinturas de Floria con las esculturas de Jannick Deslauriers. Se crea así una narrativa visual que difumina las líneas de lo fantástico, los miedos, la historia y la cotidianidad.
Su título hace referencia al monstruo femenino de la mitología griega. Temida e incomprendida, la criatura ha sido descrita como una composición de los cuerpos de un león, una cabra y una serpiente. Una representación de las fuerzas caóticas a las que se enfrenta el ser humano. Jorge Luis Borges describe a la quimera en El libro de seres imaginarios con su vestigio, “La incoherente forma desaparece y la palabra queda, para significar lo imposible». Así se fusionan las prácticas de las dos artistas. Un interés compartido por lo gótico, el terror y el simbolismo que se esconde entre sus líneas.
Unos días antes de la entrevista tuve la oportunidad de ver obras de Floria en la Galería Jo-hs en la Ciudad de México. Sus composiciones se respaldan de todo el imaginario y conocimiento visual que la ha acompañado en su carrera. Recuerdos, vivencias actuales, inquietudes sociales y profundas narrativas se plasman en piezas que crean un ambiente evocador y onírico.
En mi mente, perduró una pieza: It’s not Sunday, but it is gloomy. Una mansión rodeada por llamas, consumiéndose por completo. Le pregunto de sus piezas donde arden edificios, “Me encanta quemar casas”, contesta, “simboliza algo diferente, dependiendo de lo que estoy viviendo o lo que vi en las noticias, pero siempre significa comenzar de nuevo. Es como la resurrección de un Ave Fénix, el quemar las ideas para volver a empezar”. La escena contrasta con un sujeto que navega tranquilamente sobre un kayak frente al incendio, generando una confrontación entre lo ordinario y lo inquietante.
En Chimera nuevamente se repite este tipo de escenas. En la pintura Three Hares se retrata la silueta de tres liebres, serenas e hipnotizadas, observan a una casa devorada por llamas. La pieza Ashes retrata a un castillo incendiado en el fondo, mientras que en primer plano, dos perros con toda su ferocidad aparecen protegiendo a una mujer. Finalmente, Los Angeles, pintada sobre un lienzo en forma de ventana gótica, presenta una escena pacífica y surrealista, que parece desvanecerse en la memoria. Una casa, un jardín, unos conejos y un ovni congelados en el tiempo, mientras que su ambiente es alterado por un filtro rojo, inundado por el ardor de las flamas.
Estas escenas de momentos trágicos y traumáticos que hoy en día resuenan con las imágenes de incendios masivos como los de California, se transforman con la narrativa de Floria hacía un sentimiento de consuelo. La dualidad– entre lo bello y lo aterrador, la tranquilidad y el caos– se ha convertido en una constante de su obra. “En el arte gótico, en su literatura, en su pintura, en su arquitectura, buscaban lo sublime dentro del horror del humano”, dice Floria. La búsqueda de lo sublime radica en la capacidad de evocar emociones intensas, encontrando en lo desconocido y el temor, belleza y esperanza.
El imaginario del resto de sus obras siguen una línea etérea, retratando a personas, animales y naturaleza en atmósferas que parecieran salir de una variedad de cuentos, de un folklore antiguo, balanceando un sentimiento inquietante con un aspecto sagrado. “Cuando entras a una catedral gótica, sientes algo especial, simplemente por la forma en que la luz interactúa con el espacio”, explica Floria, “Para ellos la luz era lo divino, era Dios, éramos nosotros. En una de las piezas [Roll Out, 2025] aparecen dos conejitos sobre una chica, situada dentro de una catedral gótica. Quería capturar esa entrada de luz, que conceptualmente tiene que ver con encontrar lo divino dentro de lo oscuro, dentro del terror o el caos. La naturaleza es muy bella, pero a la vez es muy cruel. Los animales viven y actúan por instinto; no hay maldad en ellos. Somos nosotros quienes definimos la maldad”.
En su esencia, la exposición desglosa el interés de la artista por explorar la psique contemporánea, “Quería explorar la mitología que venimos arrastrando de muchas culturas y tiempos pasados, pero también la manera en que muta y se transforma de acuerdo a lo que la sociedad está viviendo en cada momento. Los miedos que tenemos hoy en día, a la tecnología, a la pandemia, son miedos que comenzamos a ver reflejados en el arte. Me interesa hacer un clash entre el pasado, el futuro y el presente.”
Floria Gonzalez explora la polarización de la existencia, su obra es un reflejo de la ambivalencia, donde lo sublime se encuentra en las intersecciones del miedo y la belleza, de lo divino y lo terrenal. En un presente marcado por crisis e incertidumbre sobre el futuro, su obra resuena como una armadura para el espíritu, envolviéndonos para poder enfrentar el vacío.